Un caso real: así puedes utilizar la Técnica Alexander para manejar el estrés en el trabajo

 

A mí me gusta mucho que me cuenten historias. Me gusta meterme dentro de otro por un rato. Quiero contarte esta historia de hace un par de años para que veas lo que sucede dentro de una sesión.


Allá va.

“No he dormido en toda la noche. Llevo días sin dormir. Mi jefa me machaca. No para de volver lo blanco negro. Ella no reconoce sus fallos: todo es culpa mía. Creo que es una estrategia. Me duele mucho el estómago. Estoy encogida”.

A veces las sesiones empiezan así

Escucho su voz: suena cansada. Desvalida. Empezamos la sesión. No se lo quita de la cabeza. Le propongo aplicar lo que ha aprendido en las sesiones a esta situación.

Empezamos. No va a ser fácil porque el agobio es mayúsculo.

Atención

Lo primero que te enseña la Técnica Alexander es a darte cuenta de que tienes una bolsa llena de atención.

P: ¿Hacia donde la diriges?

R: No lo sé… Hacia mi jefa… Hacia la situación.

P: ¿Qué pasa si diriges esa atención hacia ti?

R: Me cuesta… Tengo que practicar… Me tranquilizo.

Escucha

Tu atención se dirige ahora hacia lo que sucede en tu cuerpo y en tu mente en este momento. No necesitas cambiarlo: necesitas observarlo, para empezar.

R: No tengo herramientas para manejar esto.. En mi casa me dicen que me vaya. Yo creo que esta mujer lo hace para fastidiarme.

P: ¿Cómo estás ahora?

R: Estoy llena de miedo. Encogida. Creo que esta silla es un poco alta para mí.

P: ¿Qué necesitas?

R: Estar tranquila. Ser responsable. Ser libre. Esta situación se tiene que solucionar.

Habla en voz alta. Eso nos ayuda a las dos a escuchar con distancia. Le señalo cuando dirige la atención hacia sí misma y cuando la saca fuera y la enfoca sobre la situación y sobre el otro. Poco a poco su observación se va haciendo más sutil:

R: Al querer enfocarme en la solución en realidad me enfoco en el problema. Al pensar en lo que tengo que aprender en realidad me enfoco en mis carencias. Cuando entro en bucle voy saliendo de mi cuerpo y me angustio.

Criterio

“Has dado dos clases. Tienes la experiencia: sabes que puedes ponerte en otro lugar si haces las cosas de otro modo. ¿Quieres probar?”.

P: ¿Qué necesitas ahora?

R: Lo que yo necesito ahora es estar tranquila.

P: ¿Cómo estás cuando diriges tu atención hacia ti?

R: Más tranquila.

P: ¿Y cuando reconoces y nombras lo que necesitas?

R: Más clara.


P: En tu primera clase dijiste que necesitabas sentirte más segura: cuando sacas tu atención totalmente fuera te abandonas; tu cuerpo no se desvanece pero tú no sientes su apoyo. Estas dos clases hemos trabajando los apoyos. Úsalos. Fíjate en el apoyo de tus pies, en el contacto que tienes con la silla, en el apoyo de tu cabeza. ¿Qué sucede ahora?

R: Estoy aún más clara. Sé lo quiero: quiero estar tranquila; quiero disfrutar; quiero pedir un cambio de responsable y moverme.

Herramientas

“Tienes recursos y están mucho más cerca de lo que piensas. Vamos a verlo”. Le acerco una silla diferente. Se tensa.

P: ¿Qué se te ha pasado por la cabeza cuando he traído la silla?

R: Me he puesto a pensar en lo que tengo que hacer para ayudarte, en hacerlo bien.

P: Ok, ese es otro cambio de atención. Mantenla en ti. Cuando te mueva esta pierna tu atención la vas a poner en no ayudarme.

...

R: ¡Guau! ¡La pierna está mucho más libre que otras veces! ¡Qué alivio!

P: ¿Te has dado cuenta del efecto que tiene en ti donde pones tu atención?

R: Sí. Puedo ponerla en pierna y soltar o puedo tensarla entera. Yo elijo.

P: ¿Cómo puedes aplicar esto en tu trabajo?

R: Puedo mantener mi atención en mí y en lo que necesito. Dejar de complacer y de ayudar. Cuidar de mí. Primero parar, después actuar.

P: ¿Cómo te vas?

R: Me voy mucho más erguida, más vertical.

Yo noto el cambio en su voz: limpia y determinada. Le agradezco su enseñanza. Para todos mis momentos indecisión: permanecer en mí y esperar.

Estas son algunas reflexiones que me vinieron después de la sesión.

La integración de todo lo que eres es el camino de vuelta hacia ti mismo

Dividimos para conocer. Separamos el cuerpo, la emoción, la palabra, el Ser. Separamos lo que somos de lo que hacemos. Separamos los campos de conocimiento. Separamos la información de la experiencia. Esa separación es pura ficción.

Separar nos catapulta al ruido mental en nanosegundos. Ahí todo es confusión. Ruido. Centrifugadora. Cháchara imparable. Lo reconozco.

La palabra

La palabra crea realidades tangibles y mundos que escapan cualquier contacto con la experiencia real. Es paradójico. La palabra nos arrastra muy lejos. En ese sentido, el cuerpo nos devuelve a la experiencia de nosotros mismos -de lo que sentimos, pensamos y hacemos- aquí y ahora.

Callar a tiempo. Parar. Silencio. Ser. Sin más.

Yo en mi cuerpo

Mi cuerpo es a la vez mi hogar y mi frontera. Mi piel es lo más profundo y lo más superficial que pongo en el encuentro. La palabra también crea fronteras: delimita mi experiencia de la realidad. A veces es un gran alivio desprenderme de la palabra y quedarme en el cuerpo.

Las fronteras son necesarias. ¿O no? La frontera es firme y flexible al tiempo. Esto se aprende en el cuerpo.

Recreando

Me gusta recrear situaciones que he vivido. Al hacerlo se actualizan. Pero ya no tengo la presión de tener que responder aquí y ahora. Puedo sostener el recuerdo sin precipitación. Ver a qué me conecta, qué me mueve, qué refleja. Puedo hacerlo desde un espacio de no-acción, fuera del fragor de la batalla. Y aprendo.

Después, en plena acción, esa información se actualiza. A tiempo real soy capaz de reaccionar con calma y determinación. Aplico otros medios y llego a orillas desconocidas. Vuelvo a ser una. Y sonrío como una niña que acaba de descubrirse… Por primera vez..

 

Cuéntame ahora, ¿cuál es tu experiencia?

Me encantará escucharte

 

 
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